martes, 9 de noviembre de 2010

Porque Socialismo

PORQUÉ SOCIALISMO?
Por Albert Einstein. Mayo 1949
¿Debe quien no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el
socialismo? Por una serie de razones creo que sí.
Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento
científico. Puede parecer que no haya diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía
y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad
general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos
fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias
metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es
difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos
factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha
acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana —como es
bien sabido— ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna
manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes
estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se
establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se
aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un
sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron
de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de
valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma
inconsciente, dirigida en su comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado
realmente lo que Thorstein Veblen llamó «la fase depredadora» del desarrollo humano. Los
hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar
de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es
precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la
ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del
futuro.
En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo,
no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede
proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos
por personas con altos ideales éticos y —si estos fines no son endebles, sino vitales y
vigorosos— son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma
semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.
Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se
trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen
derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas
voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis,
que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los
individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que
pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí
recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en
mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que
solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a
eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: «¿Por qué se opone usted tan
profundamente a la desaparición de la raza humana?»
Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una
declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en
lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la
expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la
actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?
Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin
embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse
en fórmulas fáciles y simples.
El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger
su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos
personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el
reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para
confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia
de estos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del
hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede
alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible
que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente.
Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente
en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la
que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de
comportamiento. El concepto abstracto «sociedad» significa para el ser humano individual la
suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las
personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y
trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad —en su existencia física,
intelectual, y emocional— que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la
sociedad. Es la «sociedad» la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de
trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su
vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el
presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra «sociedad».
Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no
puede ser suprimido —exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin
embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el
más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres
humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones,
el regalo de la comunicación oral han hecho posible progresos entre los seres humanos que
son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones,
instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles;
en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y
que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.
El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que
debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos
de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta
de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta
constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un
grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología
moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas
primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente,
dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que
predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la
suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por
su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por
ellos mismos.
Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre
deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos
ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos
modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos
prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos
siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente
densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una
división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios.
Los tiempos —que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos— en los que individuos o grupos
relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es
solo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.
Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la
esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El
individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la
dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino
como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra
parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando
constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se
deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la
sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio
egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la
vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es,
dedicándose a la sociedad.
La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la
verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que
se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo —no por
la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este
respecto, es importante señalar que los medios de producción —es decir, la capacidad
productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital
adicional— puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.
En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré «trabajadores» a todos los que
no compartan la propiedad de los medios de producción — aunque esto no corresponda al uso
habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de
comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador
produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en
este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos
medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es «libre», lo que el trabajador
recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus
necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con
el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en
teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia
entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división
del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las
más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme
poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de
forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son
seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera
por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado
de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen
suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte,
bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o
indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así
extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para
el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus
derechos políticos.
La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está
así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos
de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en
segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista
pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas
políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de
«contrato de trabajo libre» para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su
conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo «puro». La producción
está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen
capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un «ejército de
parados». El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que
parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de
los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso
tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para
todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es
responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a
depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme
de trabajo, y a esa amputación de la conciencia social de los individuos que mencioné antes.
Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema
educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al
estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera
futura.
Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el
establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado
hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la
sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la
producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los
capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La
educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría
desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la
glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.
Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo.
Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La
realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos
extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del
poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante?
¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso
democrático al poder de la burocracia?
¿FE o RAZON?

Las tres de la madrugada. Dos cafés y un cigarrillo apuntalan las palabras, mientras afuera la gente nace y muere. Y en el ínterin, vive. El mundo sigue girando.

-Yo creo en Dios. Tengo fe, una palabra que, a pesar de su brevedad, tiene toda la fuerza del dogma.

-Y también toda su flaqueza…Yo adhiero en cambio a los que, en materia religiosa, sostienen ideas positivistas y evolucionistas.

-¿Y no crees en Dios?

-Creer, de acuerdo con la Real Academia Española, significa “tener por ciertos hechos supuestos”; por lo tanto, “no creer”, de ninguna manera significa negar.

-Te contradices…

-La contradicción es sólo aparente; para aclararla es necesario ampliar un poco el concepto de “creencia”, ya que si bien es cierto que la anterior definición es correcta, creer también significa para mí, tener por cierto no solamente hechos supuestos sino además “hechos concretos”, admitiendo de esa manera un sentido más afirmativo y menos ambiguo para esa palabra. Por ejemplo: yo “creo” que este papel es blanco porque una determinada norma de codificación lexicográfica le ha dado convencionalmente ese nombre a ciertas sustancias que emiten radiaciones cromáticas que impresionan mi retina de tal manera que ellas son identificadas en mi cerebro con la palabra “blanco”; aceptando el mismo sentido afirmativo para la palabra “creer” puedo decir también: “no creo” que este papel sea de otro color; es más, pasando ya al terreno de las negaciones, “niego que este papel sea negro”, por las circunstancias antes expuestas. Pero para el caso específico de Dios, debemos remitirnos nuevamente a la acepción primera de la palabra “creer”, es decir, cuando afirmaba con la Real Academia que es “tener por cierto hechos supuestos”; porque la existencia de Dios es indudablemente un hecho supuesto. Y en este caso la negación toma ya un carácter mucho más esotérico, porque, ¿cómo podríamos negar la existencia de algo que es solamente supuesto?

-Admite, entonces, al menos, que la existencia de Dios es probable.

-Yo diría más bien posible. Y es precisamente entre esas dos palabras donde debemos trazar una línea divisoria. En el terreno de lo supuesto se puede afirmar que una cosa es “improbable”, como en el caso de Dios, pero no que es “imposible”; porque dialécticamente todas las suposiciones son posibles. En cambio sí puede negar, por ejemplo, un hecho concreto: el de nuestras propias inexistencias, dado que existimos.

-Pero una cosa es incontrastable: si tú y yo existimos, si el Universo existe, es porque Dios lo creó.

-¿Y quién creó a Dios?

-Dios es eterno.

-Pero, ¿Porqué tenemos que ser parciales y atribuirle eternidad solamente a Dios y no al Universo mismo? Si admitimos que Dios creó al Universo de la Nada, ¿por qué no pudo ese mismo Universo haberse creado por generación espontánea?

-Ningún elemento puede surgir de la Nada; para que ello ocurra es necesario que exista un ente creador; y ese ente es Dios.

-Volvemos a lo mismo: en ese caso, Dios también tuvo que ser creado. Y así la cuestión queda indefinidamente sin resolver. Todo resultaría más sencillo si las distintas religiones prescindieran de ese complicado invento que significa la teorización de un ente creador y admitieran la eternidad del Universo mismo.

-Con ello estás admitiendo tácitamente otro tipo de religión: la panteísta. Además si admitiéramos la eternidad del Universo, tendríamos que admitir también su infinitud; porque de lo contrario, si aceptamos que el Universo se creó por generación espontánea o fue Dios quien lo hizo, y por lo tanto, tuvo un principio, -no sólo cronológico, sino también espacial-, tenemos que aceptar al mismo tiempo que también debe tener un fin, como lo postulan algunas modernas teorías físicas…

-Pero entonces cabe preguntarse: y antes de la creación del Universo, ¿qué existía?

-La Nada.

-¿Y desde cuando?

-Tendríamos que admitir que la Nada es eterna…

-¿Y más allá de la finitud del Universo?

-Otra vez la Nada, ahora infinita.

-Infinita y eterna…¿Por qué no eliminar toda esa serie de representaciones psico-teórica y admitir, de una buena vez, que sólo el Universo es eterno e infinito?

-¿Y por qué no Dios? Yo “creo” en él.

-Allá tú. Pero para terminar con un poco de humor este escabroso tema, te propongo la solución de este otro enigma que plantea Vargas Llosa en una de sus brillantes narraciones: Si Dios es eterno y además omnipotente, ¿podría, si lo deseara, autoeliminarse? Si lo hiciera, dejaría de ser eterno; y si no lo lograra,
-por ser eterno- entonces, dejaría de ser omnipotente…

viernes, 9 de enero de 2009


Biografía de Joaquín Trincado



Filosofía contemporánea expuesta por Joaquín Trincado Matheo, español oriundo de Cintruénigo, provincia de Navarra, desde 1866, al quedar huérfano, fue educado por una congregación Jesuita hasta obtener el título de perito electricista No. 22 en Lieja Bélgica, cuando se iniciaba esta ciencia, contribuyendo en parte a la instalación de las primeras plantas eléctricas y proyectando lo que hoy es la calefacción y el clima artificial.



En 1903 viaja como inmigrante hacia América, fijando su residencia en Buenos Aires, Argentina, para el desarrollo de su profesión y en breves años de prácticas sentó el principio axiomático: "La electricidad es fuerza omnipotente y madre de todo lo creado" "El magnetismo es el resultado del movimiento universal".


Sentado este principio, presentía que existía algo más allá de las filosofías y creencias de su tiempo; esto lo lleva a investigar lo relacionado con los espíritus, cuyas prácticas se daban en asociaciones espiritistas que estudiaban las obras de Allan Kardec, Flammarion y otros científicos; perteneció a la sociedad "La Constanza" que dirigía centros donde se producían los fenómenos de levitación, traslación, materialización, parlancia y sonambulismo.



No contento con los métodos de practicar esta Doctrina, en donde imperaba el fanatismo, la superchería y el misticismo religioso, se retiró de aquellas agrupaciones anunciando que "fundaría otra Escuela que principiaba donde se quedó Jesús".

Estas palabras crearon mucha conmoción y varios enemigos, pero el se retiró con los que le siguieron a su "oratorio" en donde (1910) comienza a descubrir en sí mismo facultades como la escritura mecánica inspirada, el desdoblamiento, la videncia, audición (autófono) y la telepatía consciente; lo que le facilitó principiar a escribir la obra filosófica que le dictan espíritus superiores, la que tituló "Espiritismo Luz y Verdad", columna vertebral de la nueva escuela, no permitiendo ya la amalgama espiritualista de religión y ciencia que se había practicado en los centros a donde perteneció.

Para el desarrollo de su misión, contó con otros elementos brillantes como Marciana Palacios (Medium Parlante), Pedro Portillo (Medium de posesión) y José González (Vidente) los que complementaron sus facultades, dedicándose a escribir con ahínco, trabajando diariamente de 18 a 20 hrs., para legar a la humanidad más de 40 volúmenes que forman la "Escuela Magnético Espiritual de la Comuna Universal", que declara fundada el 20 de Septiembre de 1911, en Buenos Aires, Argentina, no permitiendo que esta doctrina, dada en el idioma español, fuera traducida a otros idiomas, para no perder la riqueza del lenguaje, simplicidad para traducir la ideas y facilidad de aprendizaje para todos los que no llegan a las Universidades.

En 1912 viaja al Oriente y en Jerusalen fue recibido por los guardianes de la Escuela Esénica (Kábala) quienes después de haberlo retejado, le entregaron documentos y pergaminos clave para desentrañar las patrañas religiosas y errores de la Historia Universal, recibiendo también la orden de abrir una Escuela, continuadora de la Kábala, ahora a puerta abierta para todo el mundo, destruyendo sofismas, mentiras y tergiversaciones de la vida personal de los grandes profetas.

Además de escribir incansablemente sobre el Espiritismo, se dió tiempo para promover el progreso y la unidad de los pueblos de habla hispana, elaborando un Referéndum básico que aceptaron las naciones del Continente el 12 de Octubre de 1921 al integrar la Unión Hispano Américo Oceánica (U.H.A.O) con el símbolo de la bandera de 7 colores del Arco Iris y el árbol español de Guernica.



En 1925 fundada la Organización Templo Azul Racionalista (OTAR) para la unificación de los científicos e intelectuales y luego el "Círculo Defensor del Maestro", para unificar la educación laica que deben impartir los maestros docentes.



El 25 de Julio de 1931, funda la Colonia "Jaime" en Santiago del Estero, Rep. de Argentina, que aún existe, como modelo para el mundo.


La nueva Escuela que fundó, tuvo gran aceptación desde su inicio y su éxito permitió que en 24 años se establecieran en América 172 sucursales que denominó Cátedras.



Para su operación administrativa, estableció una férrea disciplina hacia el Reglamento Interno, los Estatutos, Circulares y artículos de la revista Oficial "La Balanza" de las que se conservan 272 ejemplares en donde se detalla la Personería Civil de la Escuela y sus Autoridades, con instrucciones jurídicas para que los Gobiernos del mundo, reconozcan la Escuela como Institución educativa, filantrópica y cultural, con estudios propios y métodos científico-metafísicos para el estudio y práctica de los fenómenos de los espíritus sobre la materia.

Al desencarnar el 6 de Diciembre de 1935 dejó como cabeza de la Escuela a su esposa María Mercedes Riglos Cosis, la que delega su autoridad en su hijo mayor Juan Donato Trincado, quién desencarna en 1992.

Sus herederos actuales, depositarios de las obras inéditas, residen en Buenos Aires y la Provincia de San Juan